1 de Junio de 2017
Radicado en Canadá, el chileno viene al GAM para impartir un taller de escritura creativa en torno al homenajeado autor que murió hace 10 años y que, por estos días, brilla a través de tres montajes.
«El cepillo de dientes tiene un lenguaje exquisito. Y es una obra que nunca voy a terminar de entender»
Fuente:
Diario La Segunda
Hace quince años, los dramaturgos chilenos Benjamín Galemiri y Jorge Díaz compartieron asientos en un conversatorio desarrollado en la Universidad Finis Terrae. Ahí intercambiaron miradas con jóvenes estudiantes, entre ellos Bruce Gibbons (33), dramaturgo y traductor chileno radicado en Canadá desde marzo de 2011, país donde ha montado dos piezas suyas.
“No soy académico, pero sí soy gran fan de Jorge Díaz. Fue una de las primeras dramaturgias que leí”, señala a días de venir a Chile para el estreno de su obra “La vida terrestre de Nebraska”, de los Contadores Auditores, en el Teatro del Puente. Además, impartirá un taller de escritura creativa en el GAM en torno a los homenajes del décimo aniversario de muerte del dramaturgo y arquitecto. Una conmemoración que tiene 3 montajes en cartelera (ver detalle ).
¿No te acercaste para hablarle?
Me habría dado miedo. Dicen que a veces es mejor no conocer a los ídolos.
Miembro fundador de Interdram —Asociación de Dramaturgos y Creadores Escénicos—, la primera pieza que vio de Díaz fue “El velero en la botella”.
“Cuando tenía 15 años me gustaba una niña de un colegio, cuando vivía en Viña. Y el grupo de teatro donde ella estaba montaba “El velero en la botella”. Ella era el personaje del notario. En ese momento me hizo clic y dije: “Todo es una mentira”. La mayoría de las cosas que escribo hoy son sobre la mentira. Es un punto de partida de mi escritura. No te diría que toda la obra de Díaz es sobre la mentira, pero eso me generó a mí. Yo siento que cuando uno va al teatro, a uno lo tiene que confundir, y la obra de él tiene algo de eso.
Imagino que después entre las lecturas estuvo el resto de su dramaturgia…
Viviendo en Viña, y con la biblioteca que había, era súper complejo. Así es la vida en regiones. Con Díaz empecé a desmantelar bastantes juicios. Yo vengo de una familia bastante conservadora, entonces, políticamente me abría mucho la cabeza.
Puntualmente, ¿qué te llama la atención de sus textos?
Lo que hace con las convenciones sociales. Tengo una reacción emocional con su obra. A mí, el teatro me cambió mucho la manera de pensar. Él habla de confusión, y hace pensar. Y cuesta. Porque uno se resiste al cambio. Lo hace con un lenguaje no tan directo, se abstrae de la realidad, y eso para mí es un punto de entrada mucho más fuerte.
En este eje de teatro social, ¿cuánta vigencia tiene hoy?
—Empezó a escribir a fines de los 50, en los 60. Un autor chileno siempre va a hablar de Chile. No puedes sacar a Chile de una persona. En él se puede ver eso. Algunos fracasos de los procesos sociales: la desilusión, la desmotivación de “Nadie es profeta en su espejo”. Una obra que habla de sueños rotos. Políticos, por supuesto. Y de las máscaras que tenemos.
¿Las máscaras como el conservadurismo?
Ese es el lado que me tocó a mí. Incluso después de volver a la democracia. Jorge Díaz no dejó de seguir haciendo preguntas al respecto. Su teatro se volvió súper punzante, nunca dejó de ser un teatro filudo, pero el filo siguió en los 90, siguió en los 2000.
¿De qué se reiría si estuviese vivo?
Encuentro tan heavy que uno conmemore muertes. Él murió un poquito antes de que todo el mundo tuviera Facebook. En internet, el mundo de las máscaras es enorme, las opiniones son muy fuertes, como que nos sentimos empoderados de una manera muy falsa. Me gusta pensar que se metería en ese tema. Se reiría de Facebook. Pero la verdad es que lo hizo. Trató temas de consumo. Yo creo que él igual escribiría de eso: que internet podría traer un lado oscuro. Internet supuestamente nos mantiene comunicados y en Díaz todo es sobre la incomunicación. Habría crítica al gobierno. Por cualquier lado. Díaz es muy complejo. No se trata de explicarlo, se trata de entenderlo. Sacándonos las capas que tenemos que, en verdad, nos incomunican. “El cepillo de dientes”, por ejemplo, tiene un lenguaje exquisito. Y es una obra que nunca voy a terminar de entender.