La vida insomne de Jorge Díaz

11 de Marzo de 2017

A 10 años de la muerte de quien es considerado uno de los dramaturgos más importantes de Chile, se lanza su primera biografía. Escrita por el crítico literario Eduardo Guerrero, el libro mezcla la historia personal con su obra, pero también es un reflejo de la amistad que durante más de 20 años los unió a ambos.

Fuente: Revista Sábado, diario El Mercurio.
Por: Estela Cabezas
Ilustración: Francisco Javier Olea

-¿Cuándo fue la última vez que vio a Jorge Díaz?

-En un sueño.
Eduardo Guerrero del Río, 63 años, profesor universitario y crítico de teatro, dice que recuerda claramente ese día en que soñó con Jorge Díaz, uno de los dramaturgos chilenos más relevantes, creador de El cepillo de dientes y premio Nacional 1993, quien murió hace 10 años, a los 77, víctima de un cáncer.

-Los veranos, en febrero, me desaparezco todo el mes. Ese verano de 2007 no alcancé a hablar con Jorge antes de irme, él ya estaba enfermo. Cuando llegué tenía en el contestador 20 mensajes de él. “Eduardo, llámame”, me decía,

pero se me pasó el rato y no lo llamé. Pensaba hacerlo después, hasta que luego me avisaron que había muerto. Días más tarde soñé que él estaba en una mesa firmando libros y yo en la fila esperando. Cuando llegó mi turno, fui donde él, le di la mano y me despedí.
Ese fue el término, terrenal, de una amistad de más de 25 años entre el crítico teatral y el dramaturgo.

-Esto no ha terminado, porque estoy seguro de que él me ha ayudado y me ha acompañado en todo el trabajo que me ha significado este proyecto -dice Guerrero.

“Este proyecto”, al que se refiere, es Jorge Díaz, el anarquista insomne, una acabada biografía del dramaturgo de casi 500 páginas y que le tomó más de un lustro terminar. Eduardo Guerrero estudió dos años ingeniería comercial antes de cambiarse a pedagogía en castellano en la Universidad Católica. Dice que nunca le interesó ejercer la docencia -lo que no deja de ser irónico, porque es lo que más ha hecho en su carrera, opina-, por eso solo accedió a hacer su tesis con la idea de postular a una beca que lo llevaría a estudiar a España. La hizo con una compañera y sobre la obra de Jorge Díaz. Cuando llegó a España, lo primero que hizo fue conseguir la dirección del dramaturgo para ir a entregársela. Díaz llevaba poco más de 10 años viviendo en Madrid. Se había ido de Chile en 1965 para conocer sus raíces: sus padres eran inmigrantes españoles, pero también porque estaba cansado del encasillamiento que vivía en la dinámica de trabajo del grupo Ictus. Díaz había estudiado arquitectura en Santiago y se había vinculado al teatro gracias a unos talleres de la universidad y a su amistad con Jaime Celedón.

 

Habla el biógrafo:
-Un día, Celedón le dice a este grupo que tienen que estrenar dos obras, porque los grupos que no estrenen tendrán que pagar un impuesto, y alguien dice “bueno, y quién puede”. Y Jorge levanta la mano. Él siempre decía que era como un boy scout, siempre listo, y escribe estas dos obras: Un hombre llamado isla y El cepillo de dientes. Entre 1960 y 1965 se estrenan siete obras de Jorge. Además, en ese momento él fue nombrado presidente del Ictus; él, que era muy introvertido, tenía que ir a conseguirse plata a los bancos. Y al irse del país, rompe con el encasillamiento en que lo tenía el grupo. Y se va, sin trabajo, sin nada. Así partió a España.

Cuando Eduardo Guerrero llegó a su casa a entregarle su investigación, Díaz le abrió, recibió la tesis y simplemente cerró la puerta de su departamento.

-Es que él era muy tímido, mató cinco o seis veces a su mamá para evitar recibir algún premio -dice riendo-.

Años después, cuando ya éramos más amigos, un día me dijo: “Tu tesis me sirvió mucho”. Yo me quedé expectante por lo que me iba a decir. Y siguió: “Mi cama tenía una pata más corta y la tesis le dio la altura perfecta”. Me reí mucho. Nosotros compartíamos ese humor.

Guerrero volvió a Chile, pero años después se fue a estudiar un doctorado a España, donde inició una amistad con Jorge Díaz, que continuó por cartas hasta que el dramaturgo volvió a Chile a principios de los 90 y siguieron viéndose.

-En estas cartas, Jorge Díaz era como un padre protector, me animaba. Cuando comencé a hacer crítica teatral, me ayudó: “Ten cuidado, porque ahora te van a empezar a atacar por todos lados”. Me dijo también lo importante que era hacer crítica en El Mercurio. Me aconsejó mucho. “Siempre fue una persona muy cariñosa, muy amigo. Teníamos grandes conversaciones, aunque a veces había momentos en que no nos decíamos nada. Yo era tan introvertido como él. Entonces había veces en que nos juntábamos y no hablábamos nada, eran diálogos en silencio, nos juntábamos a no hablar.Las reuniones entre ambos siempre eran en un café. Díaz no solía invitar a la gente a su casa. Tenía, dice Guerrero, un estilo de vida monacal, le gustaba estar solo y reflexionar.

-Él no mostraba su casa; en sus escritos, uno puede entender por qué: a él le gustaba mucho mirar, observar. De ahí sacaba ideas, personajes. Hay dos Jorge Díaz, continúa: el gregario, que crea dos colectivos en España, con los que mantiene una vida de itinerancia teatral; y el solitario, que disfruta de su soledad. Ese último se pierde, cuenta Guerrero, cuando vuelve a Chile a mediados de los 90.

-Entonces se reúne con gente joven, y ahí es muy generoso con sus obras. Él decía que los suyos eran bocetos teatrales y que hicieran lo que quisieran. Y eso implicó, a mí entender, muchos malos montajes que distorsionaron su dramaturgia.

-¿De dónde nace su admiración por él?

-Parte de lo literario. Yo soy un lector voraz y también un amante del lenguaje, un lenguaje que me sorprenda y que sea creativo. Y creo que en la propuesta, en la poética de Jorge, se unen todos estos elementos. Además, está el humor y la construcción de los personajes. Y ojo, que yo no creo que todas sus obras sean grandes obras, esto se lo decía a él también. Pero sí creo que tiene una cantidad importante muy significativa para el teatro chileno.

-Como crítico, ¿nunca perdió la objetividad con él al ser tan cercano?-En mi caso, creo que nunca la perdí, con el costo que eso significó.Eduardo Guerrero cuenta sobre la vez que Jorge Díaz se peleó con él.

-Una vez perdimos la amistad durante unos meses por una crítica que yo le hice. Fue con la obra Las cloacas del paraíso, en 2004. La dirigió Daniel Muñoz. Le hice una mala crítica. Yo no pensé que se fuera a enojar, nunca pensé que iba a tener la reacción que tuvo. Me mandó una larga carta que yo publico en la biografía, y que dice, entre otras cosas, “cómo no tuviste un poco de respeto por mi obra más desgarradora y sincera”. Es muy dura. Yo guardé silencio. Me dolió un poco, pero más que nada, me sorprendió. Al tiempo después, me escribió y me dijo: “Eduardo, demos vuelta la página”. Él me buscó. Nos juntamos y todo volvió a la normalidad.

La última obra que Guerrero criticó de Jorge Díaz fue Fatiga de material. Es la historia de dos actores que se encuentran en un teatro, que va a ser destruido; entonces, empiezan a rememorar y uno de los personajes cuenta que está pronto a morir.

-Fue como premonitorio: él, poco tiempo después, supo que estaba enfermo. Y un año más tarde, murió. Jorge Díaz, el anarquista insomne no es el primer libro que Guerrero escribe sobre el dramaturgo. Antes fue Conversaciones: el teatro nuestro de cada Díaz y Conversaciones: Jorge Díaz, un pez entre dos aguas. Su interés en él, explica, nace de su convencimiento de que es el dramaturgo chileno más importante del siglo XX.

-El aporte de los dramaturgos de la generación del teatro universitario y de él en especial, es incuestionable. Posteriormente han salido dramaturgos aislados, que no han conformado una generación. Aparte de él, rescato a Egon Wolff, Alejandro Sieveking, Luis Alberto Heiremans y de generaciones posteriores, Juan Radrigán; y en los años 90, a Benjamín Galemiri. De los más jóvenes a Manuela Infante, Guillermo Calderón, Luis Barrales y Alexis Moreno. De las obras de Díaz que destaca, menciona Topografía de un desnudo, Toda esta larga noche, Canción de cuna para un anarquista y Las cicatrices de la memoria.

Guerrero cuenta que la idea de hacer esta biografía nació tras la muerte de su amigo. Fue una especie de tarea que, sintió, debía desarrollar.

-Con él siempre hablamos de hacer dos libros juntos: uno más informal, que es el que ya escribí, y que está basado en entrevistas que tuvimos, y otro de análisis, donde nos metíamos en su vida y en su obra. Eso es lo que hice ahora: una biografía que da cuenta de la vida de Jorge, pero que también refleja su dramaturgia.”Yo sé que hoy la gente lee poco, y menos teatro, pero el riesgo está en que los grandes personajes se van haciendo más desconocidos. Esta es una biografía que puede ser leída por estudiantes universitarios y público en general”.

El libro, con un tono más bien académico, se adentra en la historia personal de Díaz, el contexto social y político que le tocó vivir, sus obras y las motivaciones que tuvo para escribirlas. Son más de 50 entrevistas las que realizó Guerrero. Entre ellas, hay una a Blas Sarmentero, un obrero español que fue un gran amigo del dramaturgo y de su sobrina y albacea, María Teresa Salinas. Además, la biografía incluye cartas escritas por Jorge Díaz, artículos de prensa y críticas a sus obras.

-Es interesante, porque quedan muchas ventanas abiertas para investigarlo a él. Pueden venir muchas más biografías.